miércoles, 19 de octubre de 2011
Más allá.
Más allá de este ego
Incontrolable e indomable
De este imperio
Insustancial e incontenible.
Mas allá esta lluvia de cobros
De deudas involuntarias,
En esta quejas del cuerpo
Y de esta mí afortunada alma atormentada.
Su mirada me cacho, me salvo,
Me otorgo alas en esa caída libre,
Tejió e hilvano mi manta, mi casta,
Con un capricho del alma hasta el alma.
Sus ojos, sus miradas son mi inspiración.
domingo, 16 de octubre de 2011
Sueño inducido.
Descanso en este inducido sueño
Confortado en tu recuerdo placentero
Por tus palabras en el instante perfecto
En el roció de albor, sereno, apacible.
Me esperanzo en esta fe que no se vence,
Que no se acalla por este silencio furioso,
Y me confió al olvido programado, dividido,
descanso en este sueño inducido.
martes, 11 de octubre de 2011
De mi madre esta crónica publicada en la revista “Cultura Urbana” (UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MEXICO AÑO 3 NUM 19-20)
Crónicas de pueblos y ciudades DOS PASAJES DE IZTACALCO Rosa Muñoz Malagón (Dos pequeños relatos de Iztacalco. Contados con el recuerdo de la viva voz de un pariente cercano ya muerto o de amigos o maestros de la autora, quién se suma a los cronistas del pueblo) Tengo 84 años, nací en 1905. Mi madre fue Guadalupe Ramírez y mi padre Toribio Muñoz, el trabajo de él era construir pozos profundos para la extracción de agua; de ese matrimonio nacimos dos hijos varones: Valente y Mauro Muñoz Ramírez. Les voy a contar unas vivencias de mi infancia: Nací en el pueblo de Iztacalco, donde todos andamos descalzados, pero con los pies muy limpios. Esto es un orgullo nuestro. De lavarlos tanto quedan muy colorados (desde niños nos decían los pichones). En aquel tiempo existían muchos lagos y sobre ellos se construían islas flotantes llamadas chinampas, en donde se sembraban flores y verduras, se construían casas y también se caminaba. El comercio se hacía por medio de trajineras que eran lanchas de madera donde se trasportaban los productos que se cosechaban en las chinampas y también artesanías. En aquel entonces el clima se tornó extremoso, con heladas y sequía. Se acabó todo, no sólo en mi casa, sino en todo nuestro país. A este tiempo se le llamó “ La decena trágica”, por que había viruela negra, tifo, hambre, escasez de agua y epidemias. La gente estaba desesperada en buscar alimento: maíz para tortillas y frijol. Para huir de las epidemias andaban de un lado a otro. Siendo muy pequeño quedamos huérfanos, mi padre murió de tifo, no existían aquí en México vacunas ni medicamentos y los que existían no estaban al alcance de gente como nosotros. Todos se curaban con yerberos o curanderos, mi madre tuvo que trabajar para que no nos faltara de comer, encontró un trabajo en una hacienda gracias a una amiga suya, mi madre era buena cocinera pero con niños no la aceptaban, así que ella nos escondía en unos canastos enormes de carrizo, llamados chundes, ahí nos metía y nos dejaba colgados en un clavo, tapados con lana, bajo la condición que no hiciéramos ruido, ni nos moviéramos y de vez en cuando nos daba un pedazo de piloncillo y tortillas, esto era nuestro alimento. Mi hermano tenía cuatro años y yo dos. Después de atender a sus trabajos mi mamá acudía a los cestos para sacarnos, asearnos y darnos de comer, recuerdo que aun me amamantaba: este era el momento más feliz de mi niñez. Así pasaron tres años hasta que una señora que daba órdenes en la cocina nos descubrió, pues teníamos tos. El resultado fue que nos corrieron de ese lugar, para ese entonces contaba con cinco años. En ese momento comenzó un calvario para mi; me tocó cargar el metate (que son piedras negras muy pesadas, se usan para moler maíz y como licuadora). Esta piedra me hizo llorar, con ella caminé muchos kilómetros, pesaba alrededor de unos cinco kilos, para mi edad esto era un martirio. Mientras que a mi hermano le tocaba cargar ollas, cazuela, jarros, platos. Mi madre cargaba cobijas, ropa, petate, etc... En el camino mi madre se encontró con otras personas que iban a un lugar donde se decía que había maíz: hoy es la Magdalena Contreras, yo corría atrás de todos, en el camino nos daba mucha hambre y era cuando veía lo útil que era esa piedra que cargaba cuando en ella molían el maíz que con mucho esfuerzo conseguían gracias a su trabajo. Y de vez en cuando en el camino encontrábamos nopales, no eran tiernos, si no pencas duras, grandes y espinosas, las cuales abríamos hasta sacar su pulpa a la que se le llama el corazón del nopal que era lo más blandito que se podía comer y así alimentarnos. Recuerdo que mi madre para que el maiz alcanzara para todos los revolvía con asientos de pulque que le regalaban y el hiche del maguey (pulpa del maguey), con esta mezcla nos hacia también atole. Después de mucho caminar llegamos a un caserío y mamá de nuevo buscó trabajo, permanecimos sentados debajo de un árbol esperándola. Ahí vimos como corrían las tropas yanquis y también como moría un caballo, al cual de manera inmediata descuartizaron los soldados y se comieron en trozos de carne cruda mientras decían algo que yo no comprendía; algo así como pata pata y se lo comían (pâté es pedazo de carne) al fin se saciaron y se retiraron. Nosotros sigilosamente nos acercamos y nos tocó algo de esa carne, la guardamos y mi mamá vino prendió fuego y la hirvió. II Otro pasaje que quiero contarles es el de la educación: No había escuelas, nadie en el pueblo sabía leer y escribir. Hasta que surgió un hombre que se llamaba Gregorio Torres Quintero, tenía pensamientos limpios, pensaba en su patria y luchaba contra la gente adinerada de esos tiempos para que todos tuvieran educación. Aquellos ricos se oponían porque nos les convenía que sus trabajadores dejaran de ser ignorantes y reclamaban sus derechos. Casi nadie hablaba castellano, solo sabía lo elemental, frases como: sí patrón, gracias a su merced. Gregorio Torres Quintero inicio una campaña de alfabetización entre los peones. En mayo de 1911 logró que un veinte por ciento de peones de distintas haciendas supieran leer, el otro ochenta por ciento era analfabeta. Desafortunadamente este proyecto se truncó por traiciones políticas. Los que lograron aprender se compraban un librito llamado silabario, era un libro que los enseñaba a leer sin maestro, pasaba de mano en mano y, ayudados por alguna persona que sí sabia leer y escribir, aprendían, haciendo creer al patrón que sólo algunos lo hacían y que esto les ayudarían a manejar y contar mejor sus riquezas. Así surgieron los capataces de las haciendas que administraban y vivían para servir al patrón. Los capataces a su vez enseñaban a sus hijos y así nació la educación en México. Rosa Muñoz Malagón. Es cronista de Iztacalco y autora de innumerables cuentos y poesías. |
domingo, 2 de octubre de 2011
Más allá.
Más allá de este ego
Incontrolable e indomable
De este imperio
Insustancial e incontenible.
Mas allá esta lluvia de cobros
De deudas involuntarias,
En esta quejas del cuerpo
Y de esta mí afortunada alma atormentada.
Tu mirada me cacho, me salvo,
Me otorgo alas en esa caída libre,
Tejo e hilvano tu manta, tu casta,
Con un capricho del alma.
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