Algunas veces tomamos para ellos
Un puñado de flores quejumbrosas
De nuestro jardín de ensueños y palabras
Y las ponemos justo frente de la lapida.
Nuestras sombras de los cuerpos,
No pueden llevar, ni traer, ni venir,
Ni decir, ni escuchar nada, en la nada,
Si no es desde sus nichos tenebrosos.
Aquí todos estamos muertos,
Nuestra ventana al mundo de lo vivo,
Es este pequeño muro frió que trasforma,
Es esta cabecera helada lejana auto-profanada.
Allá todos vivos sin darnos cuentan,
Hacemos de la vida novelas e historias,
A veces cruentos cuentos cortos amorosos,
A veces solos hacemos mentiras de penas verdaderas.
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